Nadie recordará el brillo de Netflix | Televisión

Tengo una amiga que se siente vacía si se pone la primera recomendación del carrusel de estrenos producidos por Netflix. Como quien se arrepiente de comerse un McDonald’s, dice que después de perder media hora tonta frente a algo que sabrá que no seguirá viendo le invade la culpabilidad. Ahí va otra noche contemplando otro contenido previsible para saciar los ratos muertos de nuestro frenético consumo cultural.

No es la única que lo piensa. Hace unas semanas, la ensayista Haley Nahman describió una sensación similar provocada por lo que denomina como el “brillo Netflix”, o cómo estamos enfangados en un universo de producciones con una inquietante estética particular. Son series y películas de aspecto caro y profesional, como un buen anuncio de Instagram, pero que nos dejan un regusto de impersonalidad por lo pulidas y perfeccionadas que están. Nahman comparaba gráficamente la mítica secuencia del orgasmo de Cuando Harry encontró a Sally (“Meg Ryan y Billy Crystal están en un delicatessen de Nueva York que realmente existe. La imagen tiene grano, hay luz diurna, y parecen seres humanos normales. La mesa y la cocina están torcidas: gana el encanto”) frente a otra escena entre dos futuros amantes en un bar en una reciente romcom olvidable de Netflix, Sueños de Marte. Allí, dice, “todo es artificioso y perfecto, extraño y surrealista, tenue y brillante al mismo tiempo con tonos amarillos y azules, como si le pasaran un filtro facial”. A diferencia de Sally y Harry en el Katz, a ellos nadie los recordará.

Supongo que por eso mi amiga se siente vacía tras ponerse una serie que, estéticamente, es tan perfecta que parece otra más. Será fácil de ver, pero más fácil todavía de olvidar.

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