“No he recibido ningún don divino. No soy el mejor tirador ni el mejor manejador de balón. Tampoco soy el más rápido o el más fuerte. Pero lucho. Juego tan duro como el que más y nunca me echo atrás. No me asusta nada ni nadie. Si crees que eso puede ser un talento, ese es el mío”. Aquellas palabras de Jimmy Butler eran música para los oídos de Pat Riley, presidente de los Miami Heat desde 1995.
Butler visitó las instalaciones de los Heat el 30 de junio de 2019, en condición de agente libre –era la primera vez en su carrera que la experimentaba- y para cerrar su acuerdo con la franquicia de Florida, una vez sabía la renuncia de Philadelphia a extender su contrato aquel verano. No es que Riley necesitase saber quién era, le había seguido de sobra y de hecho deseado incorporar desde varios años atrás. Pero la crudeza del mensaje, dentro de un contexto tan imponente como su oficina, escenario capaz de empequeñecer incluso al hombre más seguro, reafirmaba el acierto de contratarle. Jimmy era lo que Miami buscaba.
“Mirad –contaría Riley después a la prensa local-, él es un tipo hipercompetitivo pero honesto. Su verdad no va a ser siempre la tuya. Habrá momentos de desacuerdo, pero no problemas. Si tu punto en una discusión es mejor que el mío, eso me acabará enseñando algo, me descubrirá qué hago mal. Y, sinceramente, considero necesario que algo así suceda”.
La profunda explicación del máximo responsable de las oficinas, icono en la franquicia y una de las personalidades más influyentes en la historia de la NBA, venía a restar importancia a la incendiaria fama que precedía a Butler. Y a todas las dudas que se podían derivar de ella sobre su encaje en los Heat. Era un jugador ‘All-Star’, pero venía con asterisco.
Butler aterrizó en Miami tras haber jugado para tres franquicias distintas (Chicago, Minnesota y Philadelphia) en sus tres últimos años. Le acompañaba, en realidad, un estigma de rebeldía que solía ocultar el fondo, su causa. Y es que al igual que solía suceder con Kobe Bryant, o en su día igualmente con Michael Jordan, Butler no era ‘un compañero fácil’.
Y no lo era –ni es- por marcar el listón ajeno allí donde ponía el propio. Por esperar del resto el mismo compromiso que él estaba dispuesto a ofrecer. Sin embargo ese motivo, el exceso de fiebre competitiva, distaba mucho de las narrativas que le veían como un perfil tóxico por vocación. Casi como un innato generador de caos.
“¿Cómo se supone que vas a mejorar si no permites una crítica? Si yo hago algo mal quiero que se me diga, para poder saberlo y corregirlo. Se supone que tenemos el mismo objetivo y trabajamos juntos para lograrlo”, confesó Butler, en más de una ocasión, al respecto de su carácter. Aquella corriente de opinión que arrastraba el jugador condicionó, incluso, los primeros pasos con algunos de los que serían sus nuevos compañeros. Jóvenes como Bam Adebayo o Tyler Herro -más aún círculos íntimos- reconocieron cierto pudor inicial. “Recuerdo a gente muy cercana decirme si sería capaz tratar con él”, confesaba un Herro al que Butler ha acabado tratando como a un hermano menor.
Y es que la realidad llegó puntual, haciendo pedazos cualquier temor previo. El único requisito de Butler en un vestuario, en una franquicia cuya aspiración se entiende es el título, ha sido en el fondo muy simple: trabajo innegociable. Así cuando Dwyane Wade, leyenda en los Heat y con el que el texano coincidió en Chicago, le avisó en tono jocoso sobre si estaba listo para afrontar la exigencia que requeriría Miami de él, Butler sonrió. “¿Trabajar? Si es todo lo que sé hacer”. Era como si los caminos de ambos, de Heat y Butler, estuviesen predestinados a unirse.
En apenas tres años con Butler en plantilla, los Heat han disputado una vez las Finales de la NBA (2020), quedando a un solo lanzamiento de repetir el curso pasado, cuando los Celtics les privaron de tal honor. Durante el actual, el cuarto de Jimmy en Miami, el comienzo colectivo ha estado por debajo de las expectativas. Es ahí donde pueden surgir dudas sobre el rumbo a tomar, incluso sobre si el ciclo expira.
Sin embargo es también ahí, en situaciones de emergencia, cuando más suele emerger Butler. Al rescate no solo de su equipo, también de la idea que este representa. En parte, porque es su forma de entender la competición. En otra, porque aún le estremece una frase que Riley pronunció durante aquella reunión en su oficina, más de tres años atrás, y que recogería después la periodista Seerat Sohi: “Todo sabe mucho mejor cuando te lo ganas de verdad. La felicidad no es producto de la disciplina, sino la rutina de esa disciplina”. Aquel era un mensaje que le definía tanto y tan bien que lo tendría bien presente desde entonces. Aquello fue el germen de un proyecto ambicioso al que Jimmy Butler, aún superestrella de la NBA, puede llamar su hogar.
Y eso es, un hogar, al final todo lo que él necesitaba. A cambio, ofrece un liderazgo incondicional. Por eso los Heat tienen un buen pilar al que agarrarse cuando existan dudas o incluso amenace temporal.
Saben que los cimientos que construyen los valores de Jimmy Butler no se derrumban.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.