El movimiento hippy explotó en San Francisco, a donde la canción llamaba a acudir con flores en el pelo, en el verano del amor de 1967. Además de flores, los melenudos llevaban ropas de vivos colores y LSD. Esa influencia llegaba rápido a Londres, en cuya escena alternativa despuntaba Pink Floyd, la banda de un genio lunático llamado Syd Barrett, capaz de crear oscuros pasajes sonoros y dulces melodías pop, también de pasar horas tocando la misma nota o de destensar su guitarra hasta que no se oía nada.
El documental Pink Floyd: Technicolor Dream, que dirigió Stephen Gammond en 2008 y está disponible en Filmin, reconstruye el momento fundacional de la psicodelia inglesa: el festival en el Alexandra Palace el 29 de abril de 1967, organizado por International Times, una revista underground acosada por las autoridades. La entrada costaba una libra y acudió una multitud —incluidos John Lennon y Yoko Ono, aún no juntos— para seguir a decenas de bandas, que en su mayoría han quedado olvidadas. La pena es que apenas hay rastro fílmico de los conciertos, aunque sí del ambiente festivo y lisérgico en el recinto abarrotado, que rodó la BBC. Así que el espectador se queda con las ganas de más música: a cambio, está la narración de ese acontecimiento con mucho contexto social de aquel revuelto Reino Unido y con algunos de los protagonistas y testigos: Roger Waters, el compañero de Barrett que cogió su batuta; Hoppy Hopkins, fotógrafo y agitador contracultural; el escritor Barry Miles o el productor Joe Boyd.
Pink Floyd venían de tocar en Holanda y subieron al escenario al amanecer, cuando entraban los primeros rayos de sol por el emblemático rosetón del gran salón del palacio. Waters rebate la leyenda y no lo recuerda como una gran actuación. Ese verano se editaron el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles y el debut de los Floyd: The Piper at the Gates of Dawn. Era un disco rompedor, grabado en Abbey Road como el anterior, para el que tuvieron que hacer concesiones: la EMI presionó a la banda para incluir canciones de tres minutos que pudieran sonar en la radio. Pero a Barrett no le sentó bien verse como una estrella del pop, al contrario que a sus colegas, encantados con la experiencia. Subió la ola psicodélica, a la que trataron de engancharse hasta los Rolling Stones con el fallido Their Satanic Majesties Request.
Al año siguiente, de las flores se pasó a las barricadas, Beatles y Stones volvían al rock and roll básico y los miembros de Pink Floyd decidían seguir creando arte sonoro, y explorar nuevos caminos, sin su líder extraviado, al que reemplazó David Gilmour en la guitarra y la voz. El viaje duró poco, pero nada era igual después.
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