Jane Birkin lo tiene claro. Lo suyo, lo verdaderamente guay, es llevar un bolso caro, pero hecho trizas. La actriz, que inspiró el modelo homónimo de Hermés, usa cada modelo durante años, y nunca tiene en su armario más de un (exclusivísimo) bolso. Siempre son Birkins, que en tienda cuesta a partir de los 10.000 euros, y que, obviamente, proporciona Hermés. Además de utilizarlo a diario, lo personaliza con cuentas y pegatinas. “Un bolso que no está maltratado, que no tiene el aspecto de que un gato se haya sentado en él, no aporta alegría”, dijo Birkin en 2011.
Una década más tarde, en verano del 2021 uno de sus Birkins, modelo Togo 35 del año 1999, en negro con los bordes visiblemente rozados, se vendió en subasta por unos 120.000 euros. Esta venta a precio desorbitado, puede reflejar la condición de icono pop de esta actriz y cantautora, pero también adelanta una tendencia en ascenso.
En 2022, la plataforma estadounidense de reventa de moda de lujo The RealReal, comenzó a aceptar bolsos visiblemente usados, es decir con rasguños, imperfecciones o esquinas gastadas. Desde entonces, según un informe de esta compañía, la demanda para bolsos de firma en estas condiciones se ha doblado. Al mismo tiempo, las imágenes de Mary-Kate Olsen acarreando un Hermés que se cae a trozos acumulan likes en las redes.
¿Por qué llega esta fascinación precisamente ahora?
Según The RealReal, es una manera de acceder al estrato del superlujo por un precio más asequible. Ciertas firmas están disminuyendo artificialmente la oferta de bolsos de nuevos para elevar aún más el carácter exclusivo de sus productos. En consecuencia, el mercado secundario de lujo está en pleno auge, con precios al doble o al triple de lo que se paga por un bolso en tienda. Sin embargo, según The RealReal, las piezas evidentemente usadas se venden hasta un 33% más barato que las que están en perfectas condiciones.
Sin embargo Claudia Ricco, fundadora y CEO de la web de vintage de alta gama Rewind cree que el precio no es un factor determinante. “Puede que compres un bolso que se vea gastado, pero aún así, te gastas muchísimo dinero. Y si tienes que llevarlo a arreglar, pagas unos 500 euros más. Con estos precios, mucha gente prefiere hacerse con un modelo nuevo de una firma joven y sostenible. A mi por ejemplo me encanta la marca española Hereu». En Rewind, solo venden accesorios en condiciones óptimas, porque entre tanta competencia, su público no acepta menos. “El único bolso que compraría con imperfecciones sería un Hermés Kelly vintage. Tiene encanto y es una buena inversión. Otro tipo de bolsos, no estoy tan segura”, remata Ricco.
Laurie Mestchersky, jefa de la sección de bolsos en Re-see, la web de venta de segunda mano de lujo ubicada en París, también apunta al Hermés Kelly en condición media como una buena inversión. En Re-see sí aceptan bolsos ostentosamente usados, pero solo si son piezas especiales y de la mejor calidad. Mestchersky apunta a que la tendencia tiene mucho que ver con nuevos hábitos de consumo y la aparición de un tipo de cliente que se mueve en diferentes parámetros estéticos: “En los primeros años de las plataformas de reventa, los compradores replicaban la experiencia de comprar nuevo, y las imperfecciones les ponían a la defensiva. Pero ahora cada vez más clientes se sienten cómodos con el hecho de que son piezas con historia, y que eso se vea reflejado en su aspecto. No quieren llevar lo mismo que los demás, y estas son piezas únicas, que dicen algo.”
Estos compradores son, en muchos casos, entendidos de la moda que conocen los pormenores de la industria del lujo y saben cuáles son las épocas que garantizan una buena inversión. “Saben que los bolsos de Chanel y Hermes antiguos tienen una calidad insuperable. Los Céline de los años 70 también merecen la pena”, desarrolla Mestchersky. “Por ejemplo, los remaches dorados de los bolsos vintage de Chanel tienen más concentración de oro que los actuales. A partir de los años 90 todo esto cambió”.
Harriet Quick, periodista de moda y cofundadora de la compañía de personal shopping Luminaire, cree que el mercado de los bolsos hoy es similar al de los relojes vintage. En este nicho, los compradores conocen el producto y saben cómo buscarlo. “Van a por piezas fabricadas en años muy concretos, modelos específicos a los que les perdonan no estar en perfecto estado, o colores que han dejado de fabricarse”, explica.
La editora también considera que una nueva preocupación por la sostenibilidad está reflejándose en la estética contemporánea: “La Generación Z está en contra de estrenar. Este estilo se ha filtrado en las colecciones nuevas que tienen pinceladas de grunge, con prendas rotas y desflecadas, de aspecto reciclado. Lo veo en la Gucci de hombre de esta temporada, en el denim gastado de Marine Serre, o en Collina Strada…. Un look en el que sea difícil identificar como nuevo o como usado es más moderno, y encima te apuntas un tanto, porque demuestra que entiendes de moda y sabes cómo encontrar cosas únicas”.
En esta manera de entender la moda hay un innegable poso de privilegio. En la clásica forma de vestir Old Money (en inglés, dinero antiguo) se heredan los accesorios, y prevalece una estudiada dejadez de los que nada tienen que demostrar porque van respaldados por poderío económico o una cierta posición social. A los aristócratas británicos se les pasa ir con jerséis de cachemir apolillados y zapatos bien usados, pero las personas racializadas o que vienen de entornos de clase trabajadora no pueden permitírselo. A ellos se les exige ir siempre impecables porque no tienen un apellido o una abultada cuenta corriente detrás.
Según Quick, estamos ante una vuelta de este esnobismo invertido. “El estilo de los grandes logos, lo vistoso, lo nuevo, siempre será popular, pero ir de anuncio andante ya no resulta tan chic. Veo una vuelta al estilo subversivo de los 90 con Margiela como ejemplo. Hay un viraje hacia una estética menos ostentosa. Los millonarios tech en Los Ángeles van con sudaderas gastadas y los clientes de Luminaire buscan chaquetas vintage de Chanel para llevar con vaqueros rectos de Levis. Hay definitivamente un cambio de estética, y la segunda mano te lo ofrece sin malgastar nuevos recursos. El último tabú, según la periodista, es el calzado. Pero ya se encarga Balenciaga de vender zapatillas nuevas, pero destrozadas, a 1.450 euros.
La estilista Mónica Zafra, sin embargo, apunta que los más jóvenes también se animan con los zapatos usados: «Yo no puedo con los zapatos la verdad, pero he visto que las zapatillas de Prada Sport de los 90 están muy de moda y solo se encuentran de segunda mano.” Como Quick, la estilista apunta que los integrantes de la Generación Z están influyendo en la mayor aceptación de la segunda mano: Las nuevas generaciones cool buscan la personalidad y no quieren ni oír hablar de fast fashion. En cierta manera es una vuelta a los años 90, una época en la que no había tantas cadenas, la moda no estaba tan homogeneizada y cada cual tenía su rollo propio.
Todo lo que pueda frenar nuestro ritmo actual de consumo y evitar el gasto de recursos es bienvenido. Pero si la próxima vez que pases por Instagram te encuentras con el Hermés de cocodrilo ajado de una Olsen, o con una aristo-modelo presumiendo de tweed de Chanel agujereado que ha heredado de su abuelita, recuerda que a los simples mortales quizás no se les permita llevar ni sus Converse All Star algo manchadas. Y que otro gallo cantaría si fueran unas Golden Goose con mugre de fábrica.
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