Qatar 2022: Del país donde el fútbol es religión al emirato donde la religión es ley | Mundial Qatar 2022

Lautaro, Maxi, Julio y Matías no quieren oír hablar de despedidas. “Uno más puede jugar Messi, ¿por qué no?”. “Tengamos fe”, se animan unos a otros con sus camisetas de la selección argentina. Un viaje de 20 horas y “los ahorros de cuatro años” les han traído desde el lugar donde el fútbol es una religión -fue la “mano de Dios” la que marcó “el gol del siglo” en el Mundial de 1986- al país donde la religión es ley. “Sí, antes de venir hemos consultado la legislación. Hay que tener más cuidado, portarse bien… En Argentina a esta hora estaríamos con la cerveza en la calle, pero aquí no”, explica Lautaro, de 26 años, entre sorbito y sorbito de mate.

Los argentinos son los más ruidosos en la llamada cornisa de Doha, en la que también se ven muchas camisetas de México y Brasil. Youssef y Mostafa, cataríes de 15 y 14 años respectivamente, observan el ambiente entusiasmados. Visten la canarinha, pero también les gusta mucho España y lloran la despedida de Piqué: “Este año los jugadores de la selección española son más jóvenes”, explican, perfectamente informados de la convocatoria final de Luis Enrique -20 de los 26 se estrenan por primera vez en un Mundial y la edad media es de 25,2 años-. Nunca han pisado Brasil, pero es su equipo favorito y hoy está en su país. “Esto es impresionante. Los medios están diciendo cosas malas de Qatar, pero aquí todos son bienvenidos, no importa ni su color de piel ni el idioma que hablen”, asegura Youssef.

Los grandes medios internacionales han hecho reportajes denunciando la muerte de obreros que han levantado las infraestructuras del Mundial a 50 grados en verano – hasta 2019 no se prohibió por ley trabajar en exteriores a las horas más calurosas del día- y los residentes en Qatar con los que ha hablado este diario se quejan de la “mala publicidad”. Prefieren destacar los cambios que el país ha hecho tras obtener en 2010 la sede del torneo, como levantar siete estadios, hoteles, un metro… para acoger a más de un millón de personas en un territorio equivalente a la región de Murcia. Por ese motivo, los periódicos cataríes destacan este jueves en sus portadas las declaraciones del presidente francés, Emmanuel Macron, quien se ha mostrado en contra del boicot al Mundial de Qatar. “Es una mala idea politizar el deporte. Y las dudas, sean sobre el clima o sobre derechos humanos, no hay que plantearlas cuando el acontecimiento ya está aquí, sino antes, cuando se atribuyen las competiciones”. El propio presidente de la FIFA entonces, Joseph Blatter, ha admitido que fue “un gran error” dar el puesto de anfitrión del torneo al país árabe en lugar de a EEUU y ha atribuido precisamente a Nicolas Sarkozy, jefe del Estado en Francia entre 2007 y 2012, las maniobras para que el emirato fuera finalmente el elegido.

Esa controvertida votación ha provocado que el Mundial se celebre por primera vez entre noviembre y diciembre, aunque la temperatura este jueves en Doha era la de un día de ola de calor en España, donde ya hay turrones a la venta en los supermercados. Los cataríes pasean en manga corta, con las camisetas de sus selecciones favoritas. Ellas, en asfixiantes abayas negras hasta los pies. A las cinco menos diez de la tarde suena la llamada a la oración y el reguero humano se divide: unos caminan hacia el reloj de la cuenta atrás, estampa favorita para el selfi con la hilera de altísimos rascacielos de Doha detrás; otros hacia la mezquita. En el centro de prensa del Mundial, una especie de aeropuerto sin aviones, con restaurantes, tiendas, y pasarelas mecánicas, hay también un “área de rezo”. En realidad, dos: una para hombres y otra para mujeres.

El tejado de la zona de las cadenas de televisión que han venido a cubrir el Mundial es un espectacular tetris de cables que conectarán al emirato con el resto del planeta durante un mes. Los enviados de Corea del Sur han colocado en la puerta de su cabina una fotografía que parece el cartel de una película de espías: tres hombres de traje y corbata oscura sobre las dunas del desierto. Unos operarios ponen los últimos trozos de moqueta: todo es nuevo en este pabellón y en este país que se independizó en 1971 y que, tras hacer buenas migas con los mandatarios de Occidente por su dinero, sus reservas de petróleo y sobre todo de gas, ahora aspira a ganarse a la gente, es decir, a los potenciales turistas, atrayendo a su tórrido territorio a los hombres más populares del mundo, los futbolistas.

La estrategia es obvia: que un gol de Messi, que un vídeo de Beckham alabando la cultura y la hospitalidad cataríes sobre un dhow -la tradicional embarcación usada para buscar perlas antes de descubrir materias primas mucho más rentables- hagan olvidar todo lo demás: los trabajadores muertos, la criminalización de la homosexualidad, el sistema de tutela para las mujeres… De momento, entre los aficionados que han pagado miles de euros para asistir al último mundial del “mesías”, Messi, está funcionando. Aunque el cómico británico Joe Lycett (1,2 millones de seguidores en Instagram) ha lanzado al futbolista inglés y exjugador del Real Madrid un duro mensaje a través de redes sociales: “Siempre te he considerado un icono gay. Fuiste de los primeros en hacer sesiones de fotos con revistas gays, en hablar abiertamente de tus fans gays, y te casaste con una Spice Girl, que es lo más gay que un ser humano puede hacer. Pero ahora es 2022 y has firmado un contrato de 175 millones de euros con Qatar para ser su embajador durante el Mundial. Qatar es uno de los peores lugares del mundo para ser gay: la homosexualidad es ilegal, se castiga con prisión, y si eres musulmán, posiblemente incluso con la muerte. Siempre has hablado del poder del fútbol para hacer el bien, por eso te doy a elegir: Si renuncias a tu acuerdo con Qatar, donaré 10.000 libras para apoyar a la comunidad LGTBi, y si no lo haces, arrojaré este dinero a una trituradora justo antes de la ceremonia inaugural del Mundial y no solo se destruirá el dinero, sino tu estatus como icono gay”.

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