La relación deportiva entre Argentina y Croacia, que este martes definirán al primer finalista de Qatar 2022, puede abordarse a partir de un dato poco conocido de una celebridad: el árbol genealógico de Diego Maradona consta de antepasados croatas porque su bisabuelo materno, Mateo Kariolić, nació en la isla de Korčula, región de Dalmacia, parte de la actual Croacia. No en vano, según aseguran en la iglesia Católica Croata de Buenos Aires, la madre del ídolo, Dalma Salvadora (más conocida como Doña Tota), y la hija mayor del matrimonio de Maradona, Dalma Nerea, son nombres inspirados en Dalmacia. Pero la semifinal también tiene una historia inversa: el argentino anónimo con raíces croatas que resquebrajó un deporte yugoslavo que ya se desmembraba junto a la inminente guerra de los Balcanes, un conflicto que dejaría 130.000 muertos y millones de desplazados.
Tomás Bilanovic Sakic es el intruso que en la final del Mundial de Baloncesto de Argentina 1990 -que Yugoslavia le ganó a Unión Soviética- tuvo su única aparición en el deporte profesional, no como atleta, sino como catalizador político y patriótico: simulando que era reportero gráfico, ingresó al campo de juego del estadio Luna Park de Buenos Aires con un cámara de fotos para distraer y una bandera croata -entonces un pueblo sin Estado- para militar su causa nacional, un acto que dispararía la pelea entre dos próceres del básquet balcánico y mundial.
En medio de los festejos por el título yugoslavo –el país que unía a las repúblicas de Serbia, que incluía a Kosovo y Vojvodina, más Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Bosnia-Herzegovina-, el serbio Vlade Divac intentó arrebatarle la bandera al hincha desconocido y disparó el enojo del croata Drazen Petrovic. Desde entonces, ambos dejaron de ser amigos y compañeros de selección y se convirtieron en adversarios irreconciliables hasta la muerte del croata, en 1993.
La historia, que incluyó acusaciones de traidores a la patria, inspiró muchas obras, incluido un magnífico documental como Hermanos y Enemigos (Once Brothers, producido por ESPN), pero casi siempre sin la participación del tercero en discordia, el de la bandera como punto de fuga de la pelea: durante años, únicamente una foto mostró a un hombre de 40 años, sin nombre ni nacionalidad, forcejando con Divac. Se trataba, se supo en 2017, de Bilanovic Sakic, un argentino hijo de croatas, que recién en 2017 daría una única entrevista a un medio local y que de inmediato volvería a desaparecer.
Tenía motivos para hacerlo: su padre, Dinko Sakic, fue extraditado de la Argentina en 1998 –con 78 años– como un exjerarca nazi y enviado a Croacia, donde al año siguiente sería condenado a 20 años de prisión por un tribunal de Zagreb que lo encontró culpable de “crímenes contra la comunidad” como jefe del campo de concentración y exterminio de Jasenovac –cerca de Zagreb, el mayor de Yugoslavia- durante la Segunda Guerra Mundial. Acusado de ser Ustacha, la organización croata que colaboraba con el nazismo, Dinko murió en prisión en Zagreb, en 2008. Su esposa, Nada Luburic, también fue denunciada en 1998 de genocidio y crímenes de guerra, pero negó los cargos y pidió no ser extraditada.
Este martes, Bilanovic Sakic seguirá el Argentina-Croacia desde su anonimato de siempre en Santa Teresita, el pueblo costero sobre el océano Atlántico en el que vive, 350 kilómetros al sur de Buenos Aires, y en el que también residía su padre hasta que un canal de TV argentino alertó en 1998 que se trataba de un criminal de guerra. Nacionalista de sus dos banderas, la de su país de nacimiento y la de sus padres, Tomás Bilanovic hinchará este martes por Argentina, el país en el que nació hace 73 años en Rosario, 300 kilómetros al norte de Buenos Aires, adonde se radicaron sus padres tras haber llegado al país en 1947.
Tras haberse mudado a San Justo, en la periferia de Buenos Aires, los Sakic llegaron a Santa Teresita en los noventa. El anónimo que hizo pelear a Petrovic y Divac elige vivir desapercibido –y lo consigue- a pesar de que todas las semanas, desde hace varios años, conduce un programa de televisión en su ciudad. Bilanovik Sakic ni en público ni en privado hace referencia a su participación espectral en el Mundial de Baloncesto. “Con lo que dije una vez ya está bien”, responde cuando periodistas, también europeos, intentaron acercarse.
Lo que dijo Bilanovic Sakic a fines de 2017 –cuando también reconoció que hincharía por Argentina ante Croacia en el Mundial de Rusia del año siguiente- fue que tenía decidido su ingreso al Luna Park después de que terminara Yugoslavia-Unión Soviética: “Sabía que la televisión internacional todavía no había cortado la transmisión”, declaró. “Mostré la bandera con el escudo croata, en vez de con la estrella comunista, y enseguida se me vinieron unos tipos de la embajada yugoslava con las manos en los bolsillos. Pensé que tenían armas. Divac me agarró la bandera y yo lo corrí. Petrovic se quedó a un costado. Se me acercaron unos hinchas brasileños y les empecé a contar que Yugoslavia era una formación artificial bajo un régimen comunista, el de (el mariscal) Tito. Ese día empezaron a llamar a mi casa desde Australia, Europa y todos lugares del mundo. Siempre tuve contactos con la comunidad croata, y la gente estaba feliz. El mundo había visto una bandera que era negada desde 1945. Quedaba claro que esa selección no era Yugoslavia, que también había croatas”.
Croacia se independizaría en 1992 y Petrovic, que había jugado en el Real Madrid en la temporada 1988/89 -considerado por algunos especialistas como el mejor jugador de baloncesto europeo-, moriría en un accidente de autos en 1993, cuando era figura en los New Jersey Nets. Fiel a su devoción por los grandes deportistas, Maradona seguía la NBA y admiraba a Petrovic, por lo que vistió su tumba en el primer Argentina-Croacia de fútbol, jugado en Zagreb en junio de 1994, y dejó un ramo de flores y una camiseta número 10 sobre la lápida. Diego tenía sangre croata como el otro argentino anónimo que se cruzó en la biografía de Petrovic.
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