Cuando la ceremonia de apertura se acabó y las cámaras dejaron de enfocar por un rato al palco y sus políticos, el primer hombre de fútbol que reclamó su sitio en el desierto de Qatar fue el ecuatoriano Enner Valencia, que liquidó a la pobrísima anfitriona con dos goles en media hora (más otro anulado). Buen representante de esos jugadores del montón en la élite que encuentran el cielo con su selección, el delantero de 33 años y 16 días vivió la noche de su vida.
Si el anfitrión salió al campo asustado, con él tembló como un bebé. Sus 1,77 le bastaron para hacer lo que quiso en el Al Bayt, un estadio que recrea la forma de las tiendas que usaban los nómadas de la región del Golfo y que se levanta prácticamente en medio de la nada, fiel reflejo del fútbol de su selección, que se marchó sin rematar a puerta. Tan decepcionante fue la noche para los locales que un buen grupo de aficionados ni siquiera regresó a sus asientos tras el descanso y otros muchos fueron abandonando a lo largo de la segunda mitad, sin ningún interés por asistir a la primera derrota de un equipo anfitrión en un Mundial. Cuando el árbitro pitó el final, las gradas estaban semivacías. Una imagen muy desangelada que se unió a los grandes atascos en los accesos al recinto cuando todavía restaban más de dos horas para el duelo.
La única fiesta fue la de Valencia, que a los tres minutos ya había metido uno, anulado después por el VAR. Al cuarto de hora recibió un buen pase filtrado de Estrada y provocó un penalti que transformó él mismo jugueteando con el portero. Y a los 30 minutos agarró por el aire un centro de Ángelo Preciado que él se encargó de ajustarlo en la esquina. Media hora para ponerle un cuadro y hacer reportajes en su país hasta que se muera. Nadie ha agujereado más con La Tri en la historia que él (37 dianas) y las últimas cinco en una Copa del Mundo de Ecuador son suyas (venía de tres en Brasil 2014). Después de pasar por el Everton, West Ham, el Tigres mexicano y, desde 2020, el Fenerbahce, el partido de Valencia se rebobinará para los restos en Ecuador, que, de paso, se coloca en la lista de aspirantes a octavos. A su jornada de gloria solo le sobró el final, cuando se retiró tocado en el 75.
De entrada, la tarde futbolística arrancó con una buena ración de VAR, que se chivó de un fuera de juego en una jugada que exigió revisar a fondo el reglamento después de que los visitantes hubieran agradecido hace un buen rato al cielo el primer aguijonazo de Valencia. El gol no valió, pero el efecto para Qatar resultó devastador, por los suelos durante toda la tarde-noche, arrugados atrás y tiritando por el escenario. Pocos temblaron más que su portero Al Sheeb, a ciegas en cada ataque ecuatoriano. Salió a cazar mariposas en el tanto anulado, actuó como una novicia en la acción del penalti y nada pudo decir en el testarazo terminal del 0-2. Los únicos que se movían en Qatar eran los muchachos de la grada de animación que, convenientemente instruidos por el organizador, no dejaban de moverse en el decorado.
Del secarral local solo se pudo rescatar un cabezazo de Almoez Ali en el descuento de la primera parte -bastante claro, eso sí-, otro de Khoukhi y un intento de Muntari tras un pelotazo desde la cueva. Ecuador, un hueso defensivo que suma más de siete encuentros sin encajar, ni se inmutó en todo el choque. Habría que tirar mucho de su historia para encontrar un partido mundialista suyo tan tranquilo y placentero como este. Tras el descanso, le bastó con tramitar a un conjunto anfitrión rendido desde que llegó al estadio. En Al Bayt, el único que habló sobre el campo fue Enner Valencia, capitán general de Ecuador y la ruina de la triste Qatar, dirigida por el español Félix Sánchez Bas, a la que le espera una condena en su casa si no mejora ante Países Bajos y Senegal.
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