1. El fiasco andaluz
— Vox obtuvo en los comicios andaluces del pasado 19 de junio 14 escaños en el Parlamento regional y el 13,4% de los votos, dos diputados y 2,5 puntos más que cuatro años antes, cuando irrumpió sorpresivamente en la política española. El problema es que, entre esas dos citas electorales, el partido ultra había obtenido el 20,6% de los votos en Andalucía en las últimas generales y, sobre todo, el PP logró en junio pasado mayoría absoluta, por lo que el popular Moreno Bonilla ya no necesitaba sus votos para gobernar y Vox quedaba reducido a un papel irrelevante.
— La estrategia iniciada en Castilla y León, en la que Abascal impuso a Fernández Mañueco, del PP, que aceptara a su peón García-Gallardo como vicepresidente si quería presidir la Junta (anticipo de lo que él mismo exigiría a Núñez Feijóo a nivel nacional), hacía aguas.
2. “La culpa la tiene Olona”
— Vox echó toda la carne en el asador en Andalucía y envió a su candidata más mediática: la secretaria general del grupo en el Congreso, Macarena Olona; la única dirigente de Vox, además del propio Abascal, cuya popularidad estaba por encima de la del partido. Su campaña, sin embargo, resultó un desastre. La polémica sobre su empadronamiento en Salobreña (Granada) puso de relieve que la candidata, nacida en Alicante y curtida como abogada del Estado en el País Vasco, no tenía raíces en la comunidad autónoma andaluza. Los vestidos de faralaes que lució ante las cámaras incidían en la imagen folclórica con la que el cliché identifica Andalucía y en la que los propios andaluces no se reconocen.
3. La espantá
— Al día siguiente de las elecciones andaluzas, Olona compareció ante la prensa para dar cuenta de su mal resultado. Abascal, que estaba en el mismo hotel, no la acompañó. La dirección nacional de Vox pasó toda la responsabilidad del fracaso a su paracaidista.
— Olona se quedó en Sevilla al frente de un grupo parlamentario a la mayoría de cuyos miembros ni siquiera conocía y de un partido que controlaba férreamente desde Madrid el secretario general, Javier Ortega Smith. Tras varias semanas de desavenencias internas, una dolencia de tiroides le sirvió para dar el portazo el 29 de julio. Ni siquiera esperó al mes de septiembre. No aguantaba ni un día más.
4. El gran desconcierto
— El equipo de Abascal tardó semanas en digerir el fiasco andaluz. En voz baja culpaba a Olona; en voz alta, a los propios andaluces, que se conformaban con la mera “alternancia” que ofrecía el PP en vez de la “alternativa” que representaba Vox. Pero el cambio principal respecto a lo sucedido en Castilla y León era que el PP tenía ahora un líder (Núñez Feijóo) capaz de desalojar a Pedro Sánchez del poder, a diferencia de su antecesor (Pablo Casado), a quien su propio electorado veía como perdedor.
— Ante la expectativa de un cambio de ciclo, el votante de Vox volvía al redil del PP, de donde salió, aunque Abascal insistiera en que la política lingüística de Feijóo en Galicia era la misma que la de los independentistas en Cataluña.
5. ¿Y ahora qué?
— Ante el riesgo de que Olona pueda poner en marcha un nuevo partido que le dispute el espacio de la ultraderecha, como hizo Éric Zemmour con Marine Le Pen en Francia, y la hemorragia de afiliados y votantes se agrave, Abascal ha tomado una medida drástica: cesar como secretario general a su fiel escudero, Javier Ortega Smith, cuyos modos autoritarios y arrogantes denuncian todos los disidentes del partido.
— Eso no significa que su sucesor, Ignacio Garriga, haya recuperado la elección democrática de candidatos o cargos orgánicos, abolida hace tiempo, sino que será más amable en el trato con sus propios militantes. Si Vox fuera un fenómeno exclusivamente español, se podría pronosticar un inexorable declive, pero el caso es que sus aliados presiden ya los gobiernos de Italia, Polonia o Hungría, y su padrino, Donald Trump, amenaza con volver a la Casa Banca en 2025, así que más vale poner las barbas a remojar.
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