Mientras me dirijo a Beni, una gran ciudad en la región del Gran Norte —en la provincia de Kivu del Norte (noreste de República Democrática del Congo, RDC)— para evaluar la situación de los niños y niñas que reciben apoyo de los programas de Unicef, no puedo evitar ser testigo del alto número de víctimas del conflicto armado: miles de personas viven en estas áreas donde pueblos enteros pueden ser destruidos de un día para otro. En estas zonas, plagadas de cientos de grupos armados no estatales, los niños, y las niñas, en particular, son los más afectados por los ataques brutales de los grupos armados, que no dudan en matarlos, secuestrarlos o reclutarlos por la fuerza para que se unan a sus filas.
En cada visita, presto especial atención a pasar tiempo de calidad con las adolescentes. Estos encuentros a menudo se llevan a cabo en una pequeña sala y en confidencialidad, debido a los horrores a los que las niñas se enfrentan a diario en estas regiones afectadas por el conflicto. Sobre todo aquellas que fueron secuestradas por grupos armados y que después lograron regresar a sus comunidades, casi siempre después de escapar poniendo en riesgo su vida. La mayoría de ellas no tuvieron la oportunidad de hablar con sus familias y comunidades sobre lo que les sucedió mientras estaban cautivas y la experiencia me ha demostrado que liberar parte del trauma que han experimentado a un profesional cualificado, sin temor a juicio o represalia, es un gran alivio para ellas y forma parte de su curación.
Solo en 2022, las Naciones Unidas verificaron y documentaron cerca de 3.500 violaciones graves contra la infancia que afectaron a más de 3.000 niños y niñas
En mi último encuentro conocí a Sifa (nombre ficticio para proteger su identidad), una joven de 16 años con una figura diminuta que, con un hilo de voz, me contó que fue secuestrada en su propia casa, a unos 100 kilómetros al este de Beni, durante un ataque nocturno a su aldea por parte de un grupo armado. Tenía 14 años. Después de varios días de intensas caminatas por el monte, durante los cuales ella y otras niñas fueron violadas por sus captores, finalmente llegaron al campamento de los rebeldes, y allí fue entregada a un hombre de 40 años. Este excombatiente la violó y explotó continuamente durante los dos años de su cautiverio.
Niñas secuestradas, niñas esclavas
La vida en el monte es muy difícil; las niñas están acostumbradas a portar pesadas cargas y tienen que trabajar día y noche. “He vivido la esclavitud en manos del grupo armado. No tienen piedad de las niñas a las que secuestran”, me cuenta. Las niñas también eran a menudo brutalmente golpeadas y, quienes intentaban escapar, morían asesinadas.
De hecho, los niños que viven en la parte oriental de RDC a menudo están expuestos a violencia y abusos extremos debido a la persistencia de los conflictos armados protagonizados por más de 140 grupos rebeldes activos en la provincia. Solo en 2022, las Naciones Unidas verificaron y documentaron cerca de 3.500 violaciones graves contra la infancia que afectaron a más de 3.000 niños. RDC suele estar entre los cinco primeros países del mundo con el mayor número de violaciones graves perpetradas contra la infancia en situaciones de conflicto armado, y es el país con el mayor número de niños reclutados por fuerzas y grupos armados desde 2005.
He vivido la esclavitud en manos del grupo armado. No tienen piedad de las niñas a las que secuestran
Sifa, fue secuestrada por un grupo armado
En estas zonas, a menudo de difícil acceso, el trabajo de Unicef se centra en la reunificación de los niños con sus familias, la prestación de cuidados temporales, la salud mental y el apoyo psicosocial, y la reintegración socioeconómica y escolar para los menores que fueron capturados por grupos armados o perdieron a sus familias huyendo de los ataques. Unicef también se enfoca en ayudar a los supervivientes de violencia sexual y de género como Sifa, dándoles apoyo psicosocial, educación y servicios legales y formativos para reanudar una vida lo más normal posible.
A pesar de todo el sufrimiento que ha soportado, Sifa ha podido ver la luz al final del túnel, ya que fue liberada tras una ofensiva militar y, más tarde, uno de nuestros aliados la ayudó a regresar con su familia y reanudar su vida en su comunidad.
Mientras nos despedimos después de un largo y emotivo encuentro, Sifa mira al pequeño bebé que ha estado cargando en sus brazos todo el tiempo y susurra: “A menudo temo que se convierta en un criminal como su padre”.
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