‘Sálvame’ y la Kings League: todo está inventado | Deportes

Algunos de los colaboradores de 'Sálvame', en un momento del programa.
Algunos de los colaboradores de ‘Sálvame’, en un momento del programa.

Medio en broma, pero totalmente en serio, el programa de corazón Socialité acusó recientemente a Gerard Piqué de copiar a otro espacio de Mediaset, Sálvame. “Tenemos todas las pruebas”, anunció una reportera antes de proyectar un vídeo donde se apreciaba la influencia de las musas de Telecinco en el proyecto del exfutbolista del Barça, la Kings League. “Aunque el show del deportista empieza supuestamente siendo un programa de fútbol”, afirma una dramática voz en off, “pronto se da cuenta de que no han hablado de ningún partido”. A continuación se reproducen escenas idénticas en ambos formatos: broncas entre colaboradores, amagos de abandono del plató, merienda y boca llena en directo y cebo de informaciones, allí llamadas “bombazos”, con cuenta atrás.

Ante las pruebas, apabullantes, del peritaje, viralizado en redes, a los Kings no les quedó otra que admitir, con humor, la evidencia: “Este es el vídeo más real y acertado que he visto en mi vida”, reconoció Ibai Llanos, streamer y presidente de un equipo llamado Porcinos. Satisfechos con el éxito del anzuelo en un momento de cierto desgaste tras 14 años en antena, en Sálvame propusieron entonces cambiar cromos, traspasar a algunos jugadores de un programa a otro, incluso formar un equipo. “Somos expertos en tocar las pelotas”, proclamaron para tratar de convencerles de las ventajas de una sinergia.

Mientras los representantes de Sálvame y el programa de debate sobre la Kings League negocian las cláusulas, cabe preguntarse por qué, si sus audiencias son, en principio, distintas, recurren a los mismos métodos para captar su atención. Es cierto que el fútbol y el corazón comparten la filosofía del pan y circo de los romanos: son una forma de distraer al pueblo de asuntos más graves. La cosa más importante de las menos importantes, que decía el exfutbolista Arrigo Sacchi, ha demostrado un incomparable poder para la abstracción y para el perdón. El Mundial de Qatar es la mejor prueba de lo primero. Diego Armando Maradona, de lo segundo.

Para que Francia y Argentina disputaran, en pleno diciembre en un estadio catarí, uno de los mejores partidos de todos los tiempos, antes hubo que distraer a la FIFA primero y al resto del planeta después, de las graves violaciones de derechos humanos cometidas en la construcción de los estadios y perdonar la muerte de cientos de obreros, la persecución de la homosexualidad, el sistema de tutela de las mujeres. La RAE define cinismo como la doctrina que “expresa desprecio hacia las convenciones sociales y las normas y valores morales”. Se parece bastante a la intervención del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, al inicio de la competición: “Hoy me siento catarí, gay, trabajador inmigrante (…) Nosotros defendemos los derechos humanos a nuestra manera”. Luego se burló de las amenazas de boicot, asegurando que quienes se jactaban de que no iban a ver el Mundial en protesta por el currículum de los anfitriones, lo harían “a escondidas”. En esto, le dieron la razón: casi 1.500 millones de personas vieron la final, según la FIFA.

Algunos programas de corazón comparten ese placer culpable. Se antepone el morbo y se maneja con soltura la moneda más corriente, la hipocresía, despidiendo, por ejemplo, a un acusado de maltrato no cuando se conoce la presunta agresión, sino cuando se estrena el formato que la revela al público. Ese tipo de prácticas rasguñaron a sus artífices, al igual que a Infantino, pero las grandes pasiones nunca han vivido de la buena reputación. La fórmula disfruta de una mala salud de hierro, como evidencia que, en plena revolución del ocio, con una oferta virtual y multiplicada, lo aparentemente más moderno, la nueva tele, la que se hace en internet, haya tirado de los recursos de la vieja caja tonta. En origen, la Kings League, fútbol 7 entre ex profesionales y aficionados, parecía invocar el espíritu de las pachangas, ese mundo fantástico en el que dos jerséis son una portería. En la práctica, la magia no ha sido suficiente y el producto se vende con los característicos e histriónicos cebos de Sálvame. El nieto consume lo mismo que su abuela. Está todo inventado.

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