Sani Ladan (Duala, Camerún, 1995) es un mapa abierto en el que se leen los muchos caminos que atraviesan su vida. El primero es físico, lleno de dolor e injusticias. El que recorrió desde que salió de su casa siendo casi un niño, para poder proseguir su educación. Este desemboca en Ceuta, donde entró, ya adolescente, arrastrado por el agua cuando perdió el conocimiento tras ser golpeado con la porra por un guardia civil que quería impedir su acceso. Luego prosiguió por el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Tarifa, las calles de Córdoba, el instituto y la universidad donde se graduó en Relaciones Internacionales.
Todo eso y más cuenta en La luna está en Duala y mi destino en el conocimiento (Plaza Janés, 2023). Pero Ladan, hoy activista antirracista e investigador en la universidad, no se detiene en los detalles, ya hay otros libros que ahondan en ellos. Él se apoya en la excusa del viaje para profundizar en las otras rutas que han marcado su proceso migratorio: la de la toma de conciencia que le ha llevado al activismo, la del conocimiento o la de la espiritualidad, entre otras.
PREGUNTA. Usted es un conocido activista antirracista y por la defensa de los derechos humanos. Lleva casi 10 años dedicado a la sensibilización y trabajando de cerca con la realidad de las migraciones en la frontera sur de Europa. ¿Cómo llegó a ello?
RESPUESTA. No sé si soy activista o no porque no fue algo premeditado. Mi propio proceso vital me hizo ver lo que hay. Habitando en Europa, viendo cómo se trata a las personas negras, algo tenía que hacer. Primero para mí —porque siempre empezamos así, mirando hacia dentro— pero luego hacia mis semejantes. Cuando voy a Ceuta guardo episodios con sensaciones agridulces. Cada vez que veo la valla, la frontera, que hay llegadas o que hay una noticia sobre migración, me llena de impotencia. Pero esa impotencia no se puede quedar así. Aun sabiendo que estamos ante fuerzas bastante poderosas, algo tenemos que hacer.
P. ¿Cómo fue el proceso de toma de conciencia?
R. Hubo un libro, Discurso sobre el colonialismo, de Aimé Césaire, que para mí fue rompedor. Lo leí con 12 o 13 años, en Duala. Me rompió muchas cosas; sin embargo, en aquel momento, no lo entendí. Luego, a lo largo del camino, empecé a tomar conciencia, a poner palabras a las injusticias. Volví a leer el libro cuando llegué a España y fue como si hubiera vivido con una pared delante que de pronto se cae. También el libro de Jean Ziegler Los nuevos amos del mundo. Esos dos libros fueron como una llamada constante a la acción, un “esto no puede ser”. Y recuerdo siempre esa frase de Césaire sobre el Holocausto, que decía que lo que se reprocha a Hitler no es el hecho de haber cometido el genocidio, sino de haberlo hecho en el corazón de Europa hacia las personas blancas. Es la frase que me puso al desnudo la jerarquización racial. Mi toma de conciencia ha evolucionado a través de la lectura, los documentales o los discursos de revolucionarios africanos de la época de la independencia.
Mi padre decía que el conocimiento, esté donde esté, tienes que ir a buscarlo
P. En su proceso migratorio encontró mucha gente mala, pero mucha más gente buena que le ayudó. ¿Tuvo suerte?
R. El destino de las personas migrantes no debería depender de la suerte. Me cuesta entender que para conseguir algo que se supone que es un derecho, mi destino tenga que estar sujeto a la suerte o a que aparezca alguien por ahí. Porque si no aparece, el sistema nos pone obstáculos que tenemos que esquivar. Una cosa muy complicada. Por eso solos no podemos, y necesitamos a alguien que nos dé un empujón para salir adelante.
P. Usted se puso en camino para poder continuar sus estudios, ¿de dónde le viene esa obsesión por el conocimiento?
R. Crecí en una familia donde mis padres le han dado mucho —e incluso diría que demasiado― peso a la formación. He cursado estudios islámicos, al ser musulmán, pero también la educación reglada. Mis padres nos han demostrado siempre el valor que tiene el formarnos, sobre todo, por la independencia intelectual que te da. Recuerdo que mi padre, cuando nos mandaba al colegio católico y llegábamos a casa y le decíamos que recitábamos el padrenuestro o el avemaría, nos preguntaba: “¿Eso cómo lo ves?”. Para nosotros era un choque, siendo de familia musulmana, pero él decía que era necesario.
P. Su padre es imán y los envió a un colegio católico, qué mentalidad más abierta.
R. Mi padre decía que el conocimiento, esté donde esté, tienes que ir a buscarlo. Cuando él me reprochaba que me hubiera marchado —y lo sigue haciendo cada vez que sale el tema— se lo repetía.
Por elitismo, el tener un título hace que te escuchen. Pero, aun habiendo pasado por la academia, muchas veces, por el simple hecho de ser una persona negra, tu discurso no es considerado válido
P. ¿Qué supone para usted el haberse graduado en la universidad?
R. Un sentimiento de satisfacción. Iba a por algo y lo he conseguido, o lo estoy consiguiendo, porque todavía no he saciado mi hambre de conocimiento. La academia es un medio por el que he transitado y estoy transitando —porque sigo en el mundo de la investigación—, pero tengo que hacerlo de manera consciente. Saber que no es un fin, que es un medio para poder llegar a ciertas cosas.
P. ¿Cuáles?
R. A veces, por elitismo, el tener un título hace que te escuchen. Pero, aun habiendo pasado por la academia, muchas veces por el simple hecho de ser una persona negra, africana, tu discurso no es considerado válido. Te siguen reduciendo. Te presentan como inmigrante en espacios en los que se presenta a otra gente por su profesión.
P. A pesar de nacer en una familia musulmana y de atender una escuela coránica, cuando salió de casa no era muy creyente. Ahora sí, la espiritualidad es fundamental en su vida, ¿a qué se debe ese cambio?
R. Con mi proceso migratorio he desarrollado un acercamiento más consciente con la parte espiritual. A veces no me lo explico. Me digo que he estado en momentos difíciles en los que no tenía a qué agarrarme, y la espiritualidad fue como mi salvación. Pero, por otra parte, pienso que si fuese solo por el proceso migratorio, llegando aquí, la habría abandonado. Reengancharme a ella o abrazarla de nuevo, pero con más conciencia, me hizo ver que no se puede coaccionar a alguien en el camino de la espiritualidad y es un error que comenten muchos padres, muchos sacerdotes, muchos imanes.
No me veo en España en un futuro. Tengo que regresar a África porque ahí es donde se tiene que hacer algo y yo no quiero llegar tarde
P. ¿Cómo es su espiritualidad?
R. Entiendo la espiritualidad desde la conciencia y también alejado del fanatismo, porque soy creyente, una persona con un camino espiritual; sin embargo, no dejo de ser crítico con las religiones. Si no somos críticos, somos fanáticos. Soy crítico por el daño que las religiones han causado a las propias espiritualidades africanas. Durante mucho tiempo se nos ha dicho que son profanas, que tenemos que alejarnos de ellas. Sé que el islam hizo daño en ese sentido, también la religión cristiana en África. No puedo dejar de ser crítico con las religiones monoteístas. Ahora intento buscar un equilibrio entre esa espiritualidad africana, verla como una que nace de nuestras esencias, y el ser musulmán.
P. ¿Cómo ve el futuro?
R. Me fui de mi casa por hambre de conocimiento, que no he saciado, no voy a parar. Eso quiere decir que hoy estoy en España, pero no me veo aquí en un futuro. Voy a seguir con la mirada siempre dirigida hacia África. Tengo que regresar porque ahí es donde se tiene que hacer algo y yo no quiero llegar tarde. No digo a Camerún, porque es un constructo exógeno completamente: tengo una mirada más amplia, más panafricanista, y podría estar en cualquier otro sitio. Un lugar donde sepa que voy a aportar y donde se me necesite. Por mi formación me gusta mucho la diplomacia. No la de despacho, sino la de terreno. Siento una profunda necesidad de contribuir como sea en la reforma de la Unión Africana para que sea una institución verdaderamente africana y no una correa de transmisión de las órdenes de Occidente.
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