La infancia de Tarek Eltayeb (El Cairo, 1959) son recuerdos del barrio de Ayn Shams, en la capital egipcia. A él se redujo su mundo durante muchos años. A sus calles llenas de arena y polvo, al olor a estiércol de los palmerales y sembrados y al calor ardiente. Allí estaban los patios donde crecían los árboles cuajados de mangos o guayabas, o los huertos claros donde maduraban los tomates que él y sus amigos robaban. Luego vino la escuela coránica en la que aprendió a leer las letras del alfabeto árabe. Y eso le llenó de orgullo. Leyó sin parar los carteles que encontraba o las inscripciones de los cucuruchos de pipas o cacahuetes y luego los libros que descubrió en la biblioteca de su padre. Él no entendía aquel idioma tan distinto al dialecto cairota que todos a su alrededor utilizaban. Su madre, que nunca había ido a la escuela, le traducía aquellas palabras para que él se las apropiase.
Muchos años después, ante las críticas que recibió su primera obra de teatro, El Ascensor, por estar escrita en dialecto y no en árabe clásico, había de recordar aquellas tardes de lectura y erigirse en claro defensor de su lengua madre, que es la misma que habla el pueblo. Porque hay expresiones que, si no se dicen en ella, mueren. Además, el idioma es un ancla para una persona que se ve obligada a vivir lejos de casa.
Los recuerdos de Eltayeb también abarcan el barrio de Husainiyya, donde vivían la abuela y la bisabuela. Es el lugar de las romerías a las tumbas de los santos y de las fiestas. Es también el sitio en el que se escuchaban los seriales de la radio y las historias y cuentos de la saga familiar. Luego están los traslados a El Arish, en la península del Sinaí. El espacio de la “felicidad sin límites”, donde la familia pasaba los largos meses de verano junto al mar y las palmeras.
Ante las críticas que recibió su primera obra de teatro, ‘El Ascensor’, por estar escrita en dialecto y no en árabe clásico, Tarek Eltayeb había de erigirse en defensor de su lengua madre, que es la misma que habla el pueblo
Y así, hasta la universidad, cuando un cambio de leyes le considera extranjero y no puede proseguir sus estudios. La razón es que su padre, aunque trabajaba en la policía de fronteras, era sudanés. Había migrado a El Cairo, donde conoció a su mujer. Por consiguiente, él también fue considerado sudanés, aunque visitó el país por primera vez con 20 años. De ahí era el pasaporte que durante tanto tiempo le acompañó y tantos problemas le causó al cruzar las fronteras. Ahora, con documentación austriaca, no los tiene, pero existen otros debido al color de su piel. Las fronteras, ya sean físicas o mentales, fueron creadas para eso. Para marginar a la mayoría de los ciudadanos del mundo.
De esta forma, Eltayeb desgrana las etapas de su vida, como si se tratasen de las paradas de un tren que nunca llega a su destino, en su autobiografía Estaciones (Ediciones del oriente y del Mediterráneo, 2022. Traducción del árabe de M. Luz Comendador Pérez). Una obra que recoge los primeros 25 años del autor, una época llena de colores, olores, sabores y sensaciones bañadas por la luz de El Cairo. Los 25 siguientes, donde se ve obligado a adaptarse al frío de Viena. Y luego, tras años de ausencia, el regreso a la ciudad que le vio crecer y la comprobación de que todo es más pequeño de cómo lo recordaba.
Empecé a escribir para hacer que mi familia estuviera conmigo, viniera a mí. Aquí está mi padre, cuando escribo, y aquí está mi hermana y mis hermanos
Tarek Eltayeb, escritor
El deseo de continuar sus estudios le hizo migrar. Como ya había hecho su padre. Y siguiendo el curso del Nilo, que al revés del resto de los ríos del mundo, fluye de sur a norte, partió de su país y llego a Viena, a orillas del Danubio. Allí le recibió el silencio, el frío, la falta de sol, de familia y de amigos. Además, se tuvo que enfrentar a la carencia de un idioma con el que comunicar y a los duros trabajos reservados a los últimos que llegan. En medio de aquella soledad, Eltayeb comenzó a escribir sobre las escenas y personajes familiares que empezaban a transitar, debido a la distancia, del mundo del recuerdo al del sueño. “La escritura me salvó de perderme a mí mismo en Austria”, comenta mientras esboza una gran sonrisa, antes de añadir: “Empecé a escribir para hacer que mi familia estuviera conmigo, viniera a mí. Aquí está mi padre, cuando escribo, y aquí está mi hermana y mis hermanos. Como si estuvieran sentados conmigo”. Y recuerda: “Cada semana tenía a una persona de la familia y así sentía que estaba con ellos. Solo en papel… pero era suficiente”.
Con el paso de los años profundizó en aquellos escritos que finalmente han fraguado en esta autobiografía atípica, en la que no se respeta la cronología, sino que se juega con las sensaciones. Donde el autor dialoga consigo mismo y con el lector. Una obra escrita con un lenguaje sencillo que refleja el estilo de los cuentos que el pequeño Eltayeb escuchaba o los que inventaba para sus amigos. Es un libro que derrama evocación y emociones que se entrecruzan como si fueran los picos de un electrocardiograma.
El joven de 25 años que se encontró perdido en Austria enseguida aprendió el alemán, estudió en la universidad, halló el amor y consiguió mejores trabajos. Ahora es profesor universitario en Viena, pero sigue escribiendo. Y lo continúa haciendo en árabe: “La lengua es como mi voz. Es como mi color. Es una parte de mí. El alemán es como una ropa nueva. Si estuviera totalmente desnudo, sería yo y esta es mi lengua. Me siento muy feliz cuando utilizo mi lengua. Cuando escribo en alemán reflexiono más sobre la gramática que sobre el contenido, mientras que en árabe las palabras están dentro de mí. Cuando escribo una, sé lo que significa”.
Vale la pena emprender el viaje que Tarek Eltayed propone en Estaciones y bajarse en todos los andenes en los que se detiene.
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