“Los culebrones son desculturizadores, alienantes, vulgares y hasta cursis, difunden una ideología ultraconservadora y machista”, dijo el temible fiscal Javier Nart, muy serio y con la barba muy negra, mirando intensamente al jurado. El abogado defensor, Ricardo Fernández Deu, fue más benevolente: defendió el derecho de los espectadores a elegir su entretenimiento y reivindicó la tradición cultural de estas narraciones románticas y por entregas, de las que los folletines decimonónicos fueron precursores.
Este particular juicio se celebraba, en diciembre de 1990, a raíz del éxito de la telenovela venezolana Cristal, máximo exponente del género que arrasaba en España. Quizás recuerden la sintonía: Mi vida eres tú, de Rudy La Scala. Finalmente, los culebrones fueron declarados culpables por el jurado compuesto por 12 ciudadanos de a pie venidos de todas las esquinas del país. A juzgar por las audiencias de las telenovelas, no está claro que representasen el sentir popular.
Este juicio tan particular fue parte del programa Tribunal popular, que se emitió en Televisión Española entre 1989 y 1991, algunos de cuyos capítulos se pueden ver ahora en la plataforma RTVE Play (una alternativa pública y gratuita a las zozobras de Netflix). A mediados de febrero, el ente público colgó un nuevo episodio, de plena actualidad, dedicado a debatir el funcionamiento de la sanidad pública. El programa dramatizaba un juicio con los dos citados letrados y como juez el periodista Xavier Foz, a la sazón director del programa, fallecido en 2020 a los 83 años.
Además de los culebrones, se juzgaron otros asuntos que eran de interés social entonces y, muchos de ellos, de plena actualidad aún ahora: la legalización de las drogas, las inocentadas (los argumentos expuestos se parecen a los que ahora rondan el debate en torno a los límites del humor) o el tabaco, programa en el que participó Regina do Santos, la reina de la lambada, y se emitió un vídeo a favor del tabaco a cargo de Joaquín Sabina, Luis Pastor, Javier Krahe y Moncho Alpuente. En otra ocasión se juzgó si los españoles eran “obsesos” y “reprimidos”, con la participación de Susana Estrada, que opinaba que sí, y Norma Duval, que lo negaba.
Como se ve, el programa atraía invitados célebres y también de cierto nivel intelectual. En el programa sobre la religión comparecieron el filósofo Gustavo Bueno y el malogrado antropólogo Alberto Cardín, y sobre la legalización de las drogas opinó Fernando Savater. Cuando se juzgó el machismo español, llamaron a declarar a Bertín Osborne (y el jurado consideró que aquella España era machista). La gestión de Jesús Gil al frente del Atlético de Madrid fue también analizada y ese capítulo tuvo el récord de audiencia. La figura de Jesús Gil ha seguido siendo de interés hasta nuestros días, como demostró la serie documental El pionero, estrenada en 2019 en HBO.
Los letrados, a pesar del calibre de los testigos llamados a declarar, no se andaban con remilgos y metían bastante caña para ponerlos contra las cuerdas. “Nos movíamos en un terreno ambiguo en el que no se sabía dónde acababa la realidad y empezaba la ficción”, cuenta Fernández Deu, “pero a partir de los primeros capítulos la gente ya sabía a lo que venía”.
Prosodia de otra época
La gracia del programa residía en el enfrentamiento verbal entre los dos letrados, que, además, eran literalmente muy letrados. Al menos a juzgar por una prosodia, no ajena a la tele ochentera (como en La clave, de José Luis Balbín), a veces algo engolada, que ahora es difícil escuchar en la pantalla (y en la calle). “No es por decir que cualquier tiempo pasado fue mejor”, explica Nart “pero es cierto que había un mayor respeto por el idioma. No se trataba de hacer barroquismos, sino de respetar a la audiencia y al lenguaje y no darle de patadas”.
A los niños de la época, que no entendíamos nada pero disfrutábamos de la puesta en escena judicial, el fiscal, tan serio y ceñudo, nos parecía el malo de la película, mientras que Fernández Deu, de carácter más campechano, nos parecía el bueno. “En aquellos programas estaba muy rígido, porque tenía una fuerte inexperiencia, una gran inseguridad”, recuerda Nart, “curiosamente aquella rigidez le venía muy bien al personaje”.
No solo la prosodia, el ritmo del programa también era el propio de la época, algo lento visto desde ahora, y de gran profundidad en el tratamiento de los temas: daba la impresión de que había todo el tiempo del mundo, lo contrario de la sensación de urgencia que embarga a la sociedad (y la tele) actual. Y se celebraba en riguroso directo. “Hoy un programa de aquella profundidad sería imposible, la tele es más superficial, todo sucede rápido, todo está comprimido en pequeñas píldoras: es lo contrario a dos tipos debatiendo durante hora y media en pantalla”, opina Fernández Deu.
La representación del juicio era quizás más fiel al imaginario cinematográfico que a la realidad: el audiovisual siempre ha difundido la fascinación por los juicios desde películas clásicas como Testigo de cargo o Doce hombres sin piedad hasta expresiones más recientes como la serie The Good Wife. Más tarde habría otros programas de juicios como La ley del jurado, en RTVE, o Veredicto, en Telecinco, en el que un juez televisivo dirimía sobre los problemas cotidianos de los ciudadanos, y que presentaba Ana Rosa Quintana.
Las situaciones que se daban en Tribunal popular a veces eran propias de la serie humorística Juzgado de guardia. Por ejemplo, en el juicio a los tacos, el escritor Camilo José Cela, que iba de testigo, repitió su célebre frase: “No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, del mismo modo que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”. También participó el dramaturgo Fernando Arrabal. El último capítulo se dedicó, en un juego autorreferencial, a juzgar la propia institución del tribunal popular, y el jurado presente en plató no fue formado por ciudadanos de a pie, sino por altos magistrados. Al final, el presidente, que era Rafael de Mendizábal, también presidente por entonces de la Audiencia Nacional, anunció que los tribunales populares habían sido considerados inocentes. Menos mal.
En ocasiones, no siempre, los roles desempeñados por los letrados eran los que se les presuponían por su ideología política. Nart había militado en el Partido Socialista Popular de Tierno Galván, luego integrado en el PSOE (aunque ahora es eurodiputado por Ciudadanos), mientras que Fernández Deu, de raigambre liberal, fue luego diputado por el PP en las cortes catalanas. Por lo general no hubo problemas a la hora de repartir los temas. Fernández Deu dice que solo se negó a defender una cuestión: “No quería pasar a la pequeña historia de la televisión como el abogado que había defendido la pena de muerte”, dice. Se siente, en cambio, orgulloso de su defensa de otro tema que aún está sobre la mesa: consiguió que el jurado considerara razonable la legalización de las drogas.
¿Había rivalidad entre los letrados? “A mí me importaba menos, pero Ricardo se cabreaba mucho cuando perdía un programa… ¡y eso que ganó más que yo!”, recuerda el fiscal. “Yo es que perder… ni al parchís”, concluye el abogado defensor.
Puedes seguir EL PAÍS TELEVISIÓN en Twitter o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Recibe el boletín de televisión
Todas las novedades de canales y plataformas, con entrevistas, noticias y análisis, además de las recomendaciones y críticas de nuestros periodistas
APÚNTATE