En Catemaco, una pequeña ciudad de Veracruz, el pleito entre la Iglesia católica y la brujería conviven a duras penas desde hace décadas, intercalando periodos de paz y de enfrentamiento. El último conflicto que ha sacudido esta ciudad, ubicada entre la selva veracruzana y el lago de Catemaco, surgió a raíz de la construcción entre sus calles del primer templo satánico de México. El proyecto está a cargo de Enrique Marthen Berdón, una supuesta autoridad dentro de la brujería a nivel nacional e internacional, y al que los católicos acusan de querer alentar “la violencia y el espíritu del mal”, decía Adriana Franco Sampayo, impulsora de la iniciativa que ha conseguido recabar más de 26.000 firmas en contra de la construcción.
Juan Beristain de los Santos, sacerdote de la Arquidiócesis de Xalapa, una de las organizaciones que apoyó la recogida de firmas, asegura que la construcción del templo, que de momento solo tiene una de sus paredes construida, afecta “a la sociedad en general, no solo a la Iglesia”. También se han unido a la queja las organizaciones Misión Rescate México, Codal, Pastoral Familiar, Frente Nacional por la Familia y la Asociación de Mujeres MAC, que reunieron las firmas en un documento dirigido a Adán Augusto López Hernández, secretario de gobernación de México. “La construcción de este templo tendrá consecuencias negativas, promueve la violencia y la ilegalidad con esta excusa de la libertad de creencia religiosa”, lamenta el sacerdote. También piensa que la gente recurre a estas soluciones “oscuras” porque la fe católica requiere de un “compromiso personal” que la gente no quiere demostrar. “Si rompes con tu pareja, pero es tu responsabilidad, no hay solución mágica que pueda solucionar eso”, dice De los Santos.
Berdón, el brujo mayor de Catemaco, se defiende y asegura que Lucifer no es lo que dice la gente. “Es una entidad que las propias religiones se han encargado de convertir en algo malo. Hasta la llegada de la Santa Inquisición, Lucifer estaba considerado como un ser bueno”, asegura. Quiere construir el templo para que los creyentes tengan un sitio donde rendir culto a Lucifer o Luzbel (que significa luminoso o reluciente), el ángel favorito de Dios que fue expulsado del cielo por rebelarse contra él. “La gente que me ha visto sabe que yo no pregono ni el odio ni el rencor, pregono el respeto a la vida humana. El vivir en paz nos lleva a tener una mejor vida”, asegura Berdón, que quiere terminar su templo antes del Día de los Brujos, que se celebra en Catemaco el primer viernes de marzo.
Más allá de la batalla religiosa, es innegable que el culto a creencias “malignas” es un fenómeno muy extendido en México y que cada año acumula más seguidores, en un país en el que la mayoría de la gente (95,1%) pertenece a alguna religión o tiene alguna creencia. La mayoría siguen siendo católicos, pero, como indica el libro Creencias, valores y prácticas religiosas, en los últimos años “ha aumentado la diversidad de religiones” que existen en México. Berdón, que viene de un largo linaje de brujos, asegura que la práctica en sí no ha cambiado mucho, lo que ha cambiado es el entorno. “Antes se hacía más clandestinamente, la gente no se hacía tatuajes de Lucifer, ni podía llevar collares o pendientes que representaran sus creencias”, asegura.
Un imán para los turistas
Catemaco es conocido internacionalmente por su brujería y cada vez atrae a más turistas, que han tenido un impacto importante en la ciudad. En esta tierra de hechiceros, brujos y chamanes la gente acude a intentar resolver sus problemas de salud, de amores o de negocios por métodos poco tradicionales. Allí puede realizarse una limpia para alejar envidias y quitarte el “mal de ojo”, acudir a una misa negra para venerar a Lucifer, realizar un encanto o comprar un amuleto protector. Los brujos trabajan con magia negra, mientras que los curanderos emplean las plantas para sus tratamientos y los chamanes están a cargo de la “magia blanca”. Los precios se han disparado en los últimos años, con brujos que piden entre 5.000 y 10.000 pesos para rescatar un negocio que ha ido mal.
Dagoberto Escobar Pereira, habitante de Catemaco desde que nació allí hace 77 años, está un poco descontento con la deriva comercial que ha tomado la brujería en su ciudad. “Antiguamente, cuando todavía no había carretera y tenían que traer las cosas en mula hasta el pueblo, no se veía a esos grupos de gente glorificando al demonio”, cuenta por teléfono desde allí. “Pero los católicos tampoco van a lograr nada, porque hay que respetar la libertad de creencia”, sentencia. “Ahora todo es ambición, todos tienen ambición de cobrar más y más porque todo el mundo quiere tener su carro. Antes no se glorificaba su trabajo, lo hacían sin cobrar mucho dinero, ahí en sus ranchos y algunos vivían en cuevas”, cuenta Pereira, que antes de jubilarse trabajó de publicista. También habla de episodios extraños en los que cree con la máxima naturalidad, como brujos que hacían pactos con el diablo y se convertían en animales, pájaros que hablaban entre las hojas de los árboles. “Y eso de que Lucifer es un ser de luz… en este mundo todo está nivelado, por eso hay sol y luna, luz y sombra, bien y mal, y así”.
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