Leer es pasar la vista por un escrito identificando las palabras. Descifrar implica ir más allá. Por ejemplo, el inicio de Don Quijote, “En un lugar de La Mancha…”, esconde más información de lo que parece. Un filólogo sabrá que el topónimo La Mancha probablemente procede del árabe mányà, “alta planicie”. La frase “en un lugar de La Mancha” ya sitúa al lector en una inmensa llanura que en algún momento fue conquistada por los árabes. Lo mismo ocurre con el genoma humano. Cada célula, ya sea una muscular del corazón o una neurona del cerebro, tiene en su interior un texto de más de 3.000 millones de letras químicas, con las instrucciones necesarias para su funcionamiento. El 8% de ese manual lo han escrito desde hace millones de años unos autores inesperados: virus que infectaron a los humanos o a sus ancestros, incrustando material genético vírico en el ADN. Un nuevo estudio sugiere ahora que la resurrección de esas reliquias de virus inmemoriales desempeña “un papel fundamental en el envejecimiento”, según explica el científico Juan Carlos Izpisua, coautor de la investigación.
Izpisua nació precisamente en un lugar de Castilla-La Mancha, en Hellín (Albacete), hace 62 años, pero hoy vive en la ciudad estadounidense de San Diego. Allí dirige uno de los tres institutos de Laboratorios Altos, una multinacional que nació el año pasado con un asombroso presupuesto de 2.700 millones de euros, con cuatro ganadores del Nobel en nómina y con el objetivo declarado de intentar que el ser humano viva muchos más años con salud. Izpisua es contundente. “Está claro que muchas de estas secuencias [de virus integradas en el ADN humano] empiezan a descontrolarse a lo largo de nuestras vidas y están asociadas a la mayor parte de las enfermedades: cáncer, neurodegenerativas, de cartílago, de músculo”, alerta el científico.
Estas reliquias de virus pretéritos se denominan retrovirus endógenos. Los autores del nuevo trabajo se han centrado en el último virus en incorporarse al ADN humano, hace menos de un millón de años: el HERV-K (HML2). Los investigadores han observado —en órganos de mono y en tejidos humanos— que este auténtico fósil genético se puede reactivar y provocar la formación de partículas parecidas a retrovirus, dentro de las células responsables del envejecimiento y del cáncer. Estas partículas, advierten los autores, son un mensaje transmisible que llega a otras células más jóvenes y hace que envejezcan, según sus experimentos con células en el laboratorio. El nuevo trabajo se publica este viernes en la revista especializada Cell.
Izpisua cree que suprimir esas partículas nocivas “podría ayudar tanto a mejorar el curso de muchas enfermedades como a un envejecimiento más saludable”. El científico propone un procedimiento ya empleado en los hospitales: la plasmaféresis, en la que una máquina externa filtra la sangre del paciente para erradicar sustancias dañinas. “La sangre de la persona mayor o enferma pasaría por un filtro bloqueante con anticuerpos, que eliminaría las partículas del organismo. Obviamente eso produciría una mejora, estoy convencido. Aplicaciones así son relativamente fáciles y ya están en la clínica, por eso estamos bastante emocionados”, afirma Izpisua por videoconferencia desde San Diego.
El principal promotor conocido de Laboratorios Altos es Yuri Milner, un físico rusoisraelí que se hizo multimillonario al participar inicialmente en Facebook y Twitter. Ocupa el puesto 309 en la lista de personas más ricas del mundo elaborada por la revista Forbes, con unos 7.000 millones de euros. Otro de los financiadores es el biólogo estadounidense Robert Nelsen, dueño de una fortuna gracias a sus inversiones en exitosas empresas biotecnológicas. Izpisua niega que detrás de Altos también esté el magnate Jeff Bezos, como publicó la revista MIT Technology Review.
La nueva multinacional ha fichado a algunos de los científicos más prestigiosos del mundo, incluidas dos de las últimas ganadoras del Nobel de Química: las estadounidenses Jennifer Doudna, que desarrolló la técnica CRISPR para editar el ADN humano, y Frances Arnold, que inventó una nueva manera de crear moléculas. Laboratorios Altos también ha contratado a media docena de españoles. La última en incorporarse ha sido la bióloga Pura Muñoz Cánoves, una catedrática de la Universidad Pompeu Fabra que el año pasado recibió en España el Premio Nacional de Investigación. En el nuevo estudio, Izpisua y su colega Concepción Rodríguez —que además son matrimonio— han colaborado con investigadores de la Academia China de Ciencias, encabezados por el experto en envejecimiento Liu Guanghui.
Izpisua explica el objetivo de su empresa. “En la medicina, hasta ahora, lo que hemos hecho ha sido identificar la causa de un problema y tratar de resolverla. Por ejemplo, arreglar la mutación en un gen para que una enfermedad no ocurra”, expone. “Lo que intenta Altos es mejorar la resiliencia de nuestras células. Es una manera muy distinta de entender la medicina”, sostiene el investigador. Izpisua defiende que las enfermedades son un proceso de deterioro celular y que este mecanismo es reversible. A su juicio, dentro de dos décadas habrá herramientas de rejuvenecimiento celular.
La genetista estadounidense Barbara McClintock, en el año 1950, fue la primera persona que se percató de que había genes saltarines, ante la incredulidad generalizada de sus colegas. McClintock, nacida en 1902, se enfrentó a críticas despiadadas, trufadas de machismo, pero acabó ganando el Nobel de Medicina de 1983 por el descubrimiento de estos elementos genéticos móviles, también denominados transposones. Los retrovirus endógenos son solo un ejemplo. El equipo de Izpisua observó en agosto en ratones modificados genéticamente que otros transposones están implicados en procesos de envejecimiento acelerado, como el síndrome de progeria de Hutchinson-Gilford. “Vimos que estas secuencias de ADN estaban descontroladas en casi todas las células. Bajamos su activación y parecía que a los ratones les habíamos dado una poción mágica, porque vivían más tiempo, hasta un 30% más, y todas sus células funcionaban mejor”, sostiene Izpisua. “Es una de las intervenciones que más ha extendido la vida de un mamífero”.
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