Un danés, un vasco y la Asturiana, la colina en plena zona minera, cerca de Muskiz, que rompió la etapa que finalizaba a nivel del mar, a unos metros de los muelles del puerto pesquero de Santurtzi. El danés era el de siempre, Jonas Vingegaard, uno de esos ciclistas de aspecto famélico pero apetito voraz; el vasco, Mikel Landa, el grano que le ha salido en el trasero al danés, que se pega a su rueda con Loctite, aunque le falte la chispa para rematar en la meta. Los dos se consolidan como favoritos, aunque el ganador del Tour lo es más, y su ambición no mengua.
Claro que Vingegaard y Landa están bajo vigilancia, porque rondan Gaudu, Mas e Izagirre en un horizonte muy cercano. Todo se controla al dedillo entre los favoritos, como en general en el ciclismo moderno. En la Itzulia, sin ir más lejos, también hay un ojo que todo lo ve, el VAR del ciclismo. En una furgoneta blanca con los emblemas de la Unión Ciclista Internacional con los cristales tintados, Juan Martín, un vallisoletano, juez árbitro, se sienta frente a varias pantallas que emiten las imágenes que la producción televisiva envía desde el camión que está justo al lado.
Sentado en su sillón de gamer, Martin observa lo que ocurre en cada instante; si percibe algo irregular, rebobina, graba el corte y se lo envía a Catherine Gastou, la presidenta del jurado técnico, para que decida si la maniobra es sancionable. Ni un fuera de juego pasa desapercibido, ni una tarjeta roja, como la de Filip Maciejuk en Flandes por derribar a medio pelotón en una maniobra peligrosa.
Después de pasar Muskiz trabajó el VAR, en la caída que se produjo en el pelotón, pero fue una acción fortuita. Sigan, sigan.
Lo trascendente llegó más tarde. En el oasis de la Itzulia se cuecen las etapas a fuego lento, en carreteras cortadas para los ciclistas, mientras a unos kilómetros, las autovías por las que tratan de llegar a Cantabria los turistas, están colapsadas. Pululan los helicópteros, los de la carrera y los de Tráfico, mientras después del territorio quebrado por varias ascensiones, se presentan los corredores en la Asturiana, carretera estrecha, entre árboles. Poco antes, en el sprint especial de Larigada, Enric Mas intentaba restar segundos con la bonificación, pero los cogió Vingegaard, insaciable, que seguía caliente en las Peñas Negras, pocos kilómetros después. Trabajó el Ineos, tensó Carapaz la cuerda, y entonces el líder se puso en cabeza, estiró al grupo, y solo Landa le siguió. “Fue algo improvisado”, confesaba después. Pedía relevos el danés, pero el vasco parecía al límite siguiendo su ritmo. En un par de kilómetros, la diferencia era ya de medio minuto con Gaudu, Izagirre, Mas e Higuita, que no se entendían.
En la cima de la Asturiana es cuando Landa dio el primer relevo, cuesta abajo en una bajada muy técnica, donde no menguó la distancia, aunque el grupo perseguidor cada vez era más nutrido y la diferencia se redujo subiendo hacia Portugalete, mientras la atravesaban y enfilaban la calle que une la villa jarrillera con Santurtzi. Llegaban por detrás los perseguidores, “aunque hubiera preferido mantener los 30 segundos”, decía Vingegaard, cuando Landa, poco ducho en las llegadas, le cedió la parte interior de la curva al insaciable danés, y con ello, la victoria de etapa. “Me gustaría mejorar en las llegadas”, reconocía el ganador. Qué dirán los demás, después de su sexta victoria de la temporada.
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