Walter Casagrande se ríe de los futbolistas que no se atreven a portar el brazalete del movimiento LGTBI en el Mundial de Qatar. “Durante la dictadura de Brasil”, recuerda, “los jugadores del Corinthians que formamos el movimiento Democracia Corinthiana nos poníamos una camiseta que pedía elecciones generales. Los militares la mandaron retirar y nos reunimos con el entrenador y el presidente del club. ¿Y qué hicimos? ¡Salir a jugar con las camisetas de Democracia Corinthiana!”.
“Nos fichó la policía secreta, soportamos amenazas de prisión y tortura sin visibilidad”, dice. “Nos podrían haber matado y nadie se habría enterado. Hoy te amenazan y con las redes sociales el mundo se entera en un segundo. Si Maradona, Cantona, Gullit, Sócrates o yo jugásemos este Mundial nos habríamos puesto el brazalete arcoíris. ¡Problema de Infantino! A Neuer, Mbappé, Messi, Neymar… la FIFA no los podría echar. La amenaza de mostrarles una tarjeta amarilla es un bluf”.
Casagrande es una leyenda en Brasil. Formó con Sócrates una de las parejas más queridas del fútbol nacional; ganó una Champions con el Oporto en 1987, fue figura en el Torino y representó a la selección en el Mundial de 1986. Nunca interrumpió su activismo político. Antes de viajar a Qatar, donde analiza el campeonato para el diario Folha de São Paulo, colaboró en la recuperación de tierras expropiadas a los indígenas Pataxo, en Minas Gerais.
Como a muchos de sus paisanos, le indignó que jugadores de gran relieve en la actual selección de Brasil se posicionaran abiertamente en favor de Jair Bolsonaro, antes de las últimas elecciones a la presidencia, que finalmente ganó Lula. “Bolsonaro es criminal, homófobo, racista, agresor de mujeres, está acabando con la Amazonia…”, dice. “¡Es absurdo que un jugador de fútbol apoye a ese tío! Pero Neymar, Thiago Silva o Dani Alves le declararon su respaldo. Esto cambió la percepción de mucha gente de Brasil. ¿Cómo vas a apasionarte por unos jugadores que apoyan a un fascista? Richarlison dio un paso al costado. Él no perdió sus raíces. Cuando en la pandemia la gente moría en hospitales de Amazonia por falta de ventiladores, fue el único que hizo donaciones”.
Lo que hizo desde septiembre en la Ligue 1 no puede ser un parámetro. Esta tempora metió solo dos goles en Champions, contra el Maccabi Haifa. Hace dos años que Neymar no es decisivo en un partido de Champions
El examen futbolístico que Casagrande hace de Neymar, lesionado contra Serbia, no es mucho más halagüeño. “Rodrygo da más dinamismo al ataque de Brasil”, dice. “Al vestuario le gusta Neymar; pero contra Serbia se mostró lento, sin arrancada, sin velocidad para desmarcarse. No sé cuán negativa será su ausencia. No me parece que Neymar estuviera en una gran forma antes del Mundial. Lo que hizo desde septiembre en la Ligue 1 no puede ser un parámetro. Esta temporada metió solo dos goles en Champions, contra el Maccabi. Hace dos años que Neymar no es decisivo en un partido de Champions”.
“Futbolísticamente”, observa, “las expectativas que generó Neymar fueron tan grandes como su celebridad. Pero cuando él juega la celebridad no hace la diferencia. ¿Gran jugador? ¿De qué? ¿Fue campeón del mundo? No. ¿Fue campeón de la Champions? Cuando jugaba con Messi. ¿Decidió partidos? Sí, en un Barcelona espectacular. Si se hubiera quedado en el Barcelona habría sido Balón de Oro. Ahora Neymar lleva la celebridad al partido y eso le hace perder el foco”.
¡En Qatar el amor está prohibido! La realidad última de la represión de los gays y las mujeres es la prohibición del amor. Y cuando prohíbes el amor, ¿qué sentido tiene el fútbol?
Su teoría indica que el fútbol brasileño cambió cuando los jugadores se volvieron más individualistas. “Las generaciones del 58 al 86 jugaban con un auténtico estilo brasileño”, advierte. “Brasil es un país intrínsecamente democrático. Es su cultura. El brasileño no sabe hacer nada solo. Vamos todos juntos a la playa, a beber cerveza, a tomar café. El fútbol, el voleibol, el carnaval, son fenómenos colectivos. El pueblo brasileño está acostumbrado a juntarse para hacer cualquier cosa. Es su esencia y se traslada al fútbol. Pero hoy el 99% de los jugadores de la selección viven aislados, con sus familias, en Europa. Eso se contagia a la selección: el símbolo es Vinicius. En el Flamengo se asociaba más, en Europa se concentra en driblar. A mí me pasó igual: yo en Italia dejé de tirar paredes porque nadie me las devolvía”.
No hace falta preguntarle por Qatar para adivinar que su visión será crítica. “En Occidente también se discrimina a la mujer y se practica el racismo, la homofobia y el machismo, pero en Qatar… ¡Es oficial!”, exclama, con un timbre de ironía. “Lo más importante de una Copa del Mundo es que el pueblo del país organizador ame el fútbol. Eso genera una energía que se multiplica con los que vienen de fuera y es algo que yo no veo en las calles de Qatar. La gran mayoría de los hinchas que viajan a un Mundial lo hacen para divertirse, para enamorarse, para apasionarse. ¡Buscan romances fugaces! ¡Pero aquí en Qatar el amor está prohibido! La realidad última de la represión de los gais y las mujeres es la prohibición del amor. Y cuando prohíbes el amor, ¿qué sentido tiene el fútbol?”.
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