Yolanda Martínez sonríe desde un cartel de búsqueda en la entrada de su casa en Juárez, un municipio humilde en el extrarradio de Monterrey, en Nuevo León. Su padre, Gerardo Martínez, se coloca triste al lado, junta las manos y mira a la cámara. Después pide perdón por haber llorado “tanto” durante la entrevista. Dice que ahora se quiebra muy fácil, que son peores los días que se queda esperando en la vivienda: “Aquí encerrado no se acuerdan de mí, se les olvida mi caso, yo no quiero que se les olvide, prefiero que digan ahí va el señor otra vez, ahí va otra vez en la calle”. Yolanda Martínez, de 26 años, desapareció el 31 de marzo a las 11.30 del mediodía cuando salía a entregar una solicitud de trabajo en San Nicolás de los Garza, a unos 30 kilómetros de su casa. La Fiscalía de Nuevo León mantiene que la joven se fue de forma voluntaria y todavía no ha hecho ningún rastreo en el terreno para encontrarla. Una teoría impensable para su padre, que ya ha soportado 26 jornadas sin pistas ni avances. Él la sigue llamando temprano cada día por si mañana, quizás, ya no le salta el buzón.
Gerardo Martínez tiene que caminar un trecho para recibir en una esquina cerca de su domicilio, todavía anda peleándose para que geolocalicen su calle y aparezca en los navegadores, explica. Invita a la vivienda, se sienta rápido a un costado del pequeño altar que ha preparado y comienza a recordar con precisión los últimos días de su hija.
La joven llevaba un par de meses viviendo de nuevo con su padre, su hermano, su tío y su abuela en Juárez, mientras se organizaba para encontrar un nuevo trabajo. Había tenido que dejar el último empleo porque los horarios le impedían cuidar a su hija Fernanda, de tres años, que había empezado el kínder. El 28 de marzo se dirigió hacia la colonia Constituyentes de Querétaro, en San Nicolás, donde vive su abuela materna para estar más cerca de la niña, que esos días estaba con su padre, con quien tiene la custodia compartida. Gerardo estuvo en contacto durante toda la semana con la joven.
El día 31 a las 13.00 horas, el móvil de Yolanda ya estaba apagado. “Quizás se le descargó el celular”, pensó su padre tras la llamada. Volvió a marcar unas horas más tarde: todavía sin señal. “Ahí empecé a preocuparme. Le mandé un WhatsApp: ‘¿Dónde estás? ¿Yola? Hey’. No me contestó. Mañana a lo mejor me habla, pensé”. Al día siguiente, todavía sin noticias, explotó la preocupación y localizó a tías, primas, amigas de la joven: “¿Está Yola en tu casa?”. Nadie, nada.
Martínez y su hijo, Gerardo, consiguieron presentar el 4 de abril la denuncia por desaparición ante la Fiscalía —el sistema por internet no funcionó durante el fin de semana—. “Los agentes me dijeron: ‘Usted espérese en su casa, porque ahí va a llegar el grupo de búsqueda para ponerse de acuerdo y montar la estrategia’. Y yo pensé: ‘Qué bueno, en nada mi hija está aquí otra vez”. Y ahí estuvo la tarde y llegó la noche con el teléfono pegado a la oreja, y llegó un día y después otro, y nadie, nada. “Yo pensé que no hizo efecto mi denuncia o que se les olvidó, así que volví a llamar y me dijeron que siguiera en mi casa, que me fuera a trabajar, que yo ya había puesto la denuncia, que esperara. Y yo esperé, pero pasó toda una semana y ni el grupo venía, ni mi hija regresaba”.
Martínez empezó entonces a ir solo a repartir carteles de búsqueda de Yolanda. La familia encontró esos días, sin ayuda de la Fiscalía, unos videos de las calles aledañas de donde salió la joven aquel 31 de marzo. Así saben que antes de las 10.30 fue a un ciberlocutorio a imprimir una solicitud de empleo —no saben para qué empresa—, que estuvo alrededor de una hora en la casa, y que volvió a salir. Se despidió de su abuela: “Luego vengo”. A las 11.27 minutos, una cámara la grabó caminando sobre la calle Ismael Pintado hacia la avenida Conductores. Y después de esa imagen, Yolanda Martínez se esfuma.
“Ahí se la tragó la tierra, ahí me la levantaron, me la desaparecieron, y yo siento que ya no está, ¿por qué? Porque son muchos días. Yo pensaba encontrarla inmediatamente, pero no lo logré. Ya vamos para un mes y están apareciendo personas que estaban desaparecidas sin vida. Y cada vez que dicen ‘un cuerpo encontrado’, todos los padres que andamos en la búsqueda quisiéramos que no fuera ninguna, pero tiene que ser una. Ha pasado con Debanhi y María Fernanda: no las buscaron a tiempo”, dice de corrido Martínez.
Gerardo ha hecho todas las combinaciones de los recorridos que pudo hacer su hija ese día y a esa hora. Ha medido los tiempos entre los camiones, cronometrado cuánto tardan los desplazamientos, probado varias líneas de autobuses. Después de todos los trayectos, cree que todo está cerca del lugar donde se ve su última imagen, en esa área de San Nicolás de los Garza donde también se localiza por última vez su teléfono móvil. Solicita la ayuda de los vecinos de esa colonia, por si alguno cuenta con cámaras también en la zona de Casa Blanca o La Estancia. “Hago un llamado porque quizás alguien la vea y me diga: ‘Mira por aquí pasó’. Para dejar ese camino e irme más adelante. Porque estoy estancado en la avenida Conductores, de ahí no me puedo mover”, describe desesperado.
Martínez logró un pequeño giro en la búsqueda cuando apareció en los noticieros de Monterrey, alertados en ese momento por la ola de jóvenes desaparecidas en la zona metropolitana. “Ya me lo dijeron: necesitas ir a los medios de comunicación para que llames la atención, si vas tú solo nadie te hace caso”, dice. A partir de entonces, una asociación comenzó a orientarle y en compañía de un abogado volvió a poner la denuncia.
De forma generosa, Gerardo dice que ahora la Fiscalía sí le “está poniendo atención”: lo ha llevado a hacerse pruebas de ADN, a los servicios forenses a reconocer posibles cuerpos, los agentes han entrevistado dos o tres veces a todos los familiares y han revisado alguna de las cámaras que él localiza durante sus búsquedas. Todo sin éxito. “De momento no se ha llegado a los rastreos. Estamos encajonados. Me falta que me rastreen el área donde se quedó la última imagen, es un radio que tenemos que cubrir y donde hay cámaras, necesito que la peinen”, explica.
El despliegue de las autoridades en la búsqueda de Debanhi Escobar, con la intervención del gobernador Samuel García incluida, contrasta con el que ha recibido Yolanda Martínez, que desapareció ocho días antes. “Con lo de Debanhi allá andaban toda la comitiva y yo estaba solo. Entonces, yo pensé: ‘Qué bueno que busquen a esta niña, porque a lo mejor está en el mismo lado que mi hija y aparecen todas”, dice. Todavía le duele el hallazgo del cadáver de Escobar en la cisterna del motel Nueva Castilla, en una investigación que pese a la visibilidad estuvo plagada de irregularidades. Y apunta hundido: “Yo aquí estoy solo y checando y avanzando pero siempre esperando que la Fiscalía me resuelva mi caso. Lo único que quiero es verla y que regrese, que me la encuentren. Porque yo solo no puedo hacerlo, es mucha ciudad para mí solo”.
En los últimos días, además de su familia y sus vecinos, otros grupos de búsqueda se han unido para apoyarle. Le ayudan a imprimir las alertas de búsqueda y repartir los volantes. “Todo eso me reconforta, pero no me llena porque mi hija no aparece. No quiero que pase mucho tiempo y que no me alcance la vida para encontrarla, y yo quiero irme el día que la encuentre, porque si no, ¿cómo me voy? ¿Quién la va a buscar después? Nadie”, dice y se quiebra. Martínez ha tratado de unir su búsqueda a la de los padres de Celeste Tranquilino, una niña de 16 años que desapareció en Juárez también el 31 de marzo, el mismo día que Yolanda, pero estos no han querido levantar la voz por miedo a represalias. Sí han llenado el municipio de carteles. Desde que empezó 2022, 48 mujeres han desaparecido en Nuevo León, según el Registro Nacional de Desaparecidos. Otras muchas, como Debanhi Escobar o María Fernanda Contreras, han sido encontradas ya sin vida.
Martínez señala la barda del patio donde ha pegado las fotos de su hija. Todo lo ha colocado él, también los ladrillos del muro. Cuenta cómo los ha ido comprando, en grupos de cinco o de 10, según como llegara el dinero en el mercado de abastos, donde trabaja desde hace 20 años descargando bultos para la misma empresa. Antes —cuando comía, cuando dormía, cuando sí iba al trabajo en vez de repartir volantes a desconocidos, cuando no visitaba Fiscalías ni servicios forenses, cuando no lloraba por la calle— , antes quería dejar el patio bonito, bien hecho. Todo era antes.
“Mi vida se ha quedado detenida en el 31 de marzo”, dice este hombre roto y amable. “No se extravía solo la persona, nos extraviamos todos, la familia, se pierde todo. Las cosas que tenía pendientes ya no son mis pendientes, lo que me preocupaba ya no me preocupa. Me arrebataron toda mi vida, y si mi hija no aparece: a mí ya no me interesa nada”.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país