El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, busca en la tercera y conclusiva jornada de la cumbre del G-7 en la ciudad japonesa de Hiroshima convencer a los aliados de que sigan incrementando el respaldo a su país y, en paralelo, persuadir a los líderes de los importantes países no alineados presentes en la cita -la India, Brasil, Indonesia- para que reconsideren su posición.
No cabe esperar un vuelco en la actitud de estos actores clave del sur global, pero Zelenski y sus socios occidentales confían que el contacto personal, las explicaciones directas y un argumentario fundamentado en valores fundacionales de la ONU como el respeto a la soberanía e integridad territorial de los países pueda de alguna manera influir en los razonamientos interiores de Narendra Modi, Luiz Inácio Lula da Silva, Joko Widodo.
La visita de Zelenski no fue anunciada públicamente hasta pocas horas antes de su llegadas. Fuentes europeas indican sin embargo que la presidencia japonesa había informado con adelanto a todas las delegaciones, incluidas las de los países externos al G-7. Todos pues eran conscientes de que se encontrarían con el líder ucranio en Hiroshima.
La India y Brasil revisten especial importancia para Ucrania. Nueva Delhi, porque por razones históricas mantiene profundos lazos con Moscú, y su buena disposición es un importante balón de oxigeno para el Kremlin. El Gobierno de Modi se abstuvo en la votación en la ONU sobre la invasión rusa, mantiene un florido negocio petrolero con Rusia, pero ha enviado mensaje bastantes explícitos de que la agresión no es de su gusto y tiene cierto interés en converger con Occidente por la común inquietud ante China.
El caso de Brasil es diferente, ya que no dispone de una relevancia económica o un específica capacidad de influencia política en la cuestión ucrania. Pero Lula es un líder popular, con mucho predicamento entre los electorados progresistas y con amplios contactos personales en el mundo, y desde hace meses trabaja en activar negociaciones de paz.
Kiev y los occidentales no olvidan declaraciones suyas según las que Zelenski es responsable del conflicto igual que Putin -entrevista con la revista Time antes de ser elegido- u otras según las que no hay pelea si dos no quieren. Brasil no es equidistante, porque condena la invasión, pero varias declaraciones de su líder despiertan mucho escepticismo. La jornada de hoy busca, entre otras cosas, tratar de argumentar ante Lula y modificar su pensamiento.
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Tras llegar el sábado procedente de Arabia Saudí, donde asistió a la cumbre de la Liga Árabe que se celebraba en Yedda, Zelenski mantuvo ayer varias reuniones bilaterales con los líderes presentes en Hiroshima. Hoy, está previsto que participe en dos sesiones del G-7, una con los países miembros, otra también con los invitados. Para esta tarde está prevista una bilateral con el presidente de EEUU, Joe Biden.
El G-7 acogió a Zelenski con excelentes noticias para Ucrania, sobre todo el giro de Washington en materia de aviones de combate F-16. Tras meses de reticencias, la Casa Blanca ha abierto la puerta a que países aliados puedan entregar en los próximos meses estas aeronaves a las fuerzas de Kiev. Antes, se pondrá en marcha un programa internacional de entrenamiento para que los pilotos ucranios puedan manejar adecuadamente estos modelos.
Los Siete también dieron una nueva vuelta de tuerca a las medidas para asfixiar la economía rusa y su capacidad de sostener el esfuerzo bélico. Entre ellas, destacan nuevas restricciones de exportación, y planes para golpear la industria rusa de los diamantes.
La cumbre ha sido por otra parte marcada por un notable cierre de filas de los socios del G-7 ante China, con una posición común que pone en marcha mecanismos de cooperación para contrarrestar las que los occidentales consideran prácticas de “coerción económica” de China.
La relación con el gigante asiático es problemática y multifacética, y el G-7 ha mostrado una convergencia de los socios en querer afrontar el resto en sintonía, apoyados en el concepto de la reducción de los riesgos derivados de una excesiva dependencia de China -en vez del más grueso concepto de desacople, popular en Washington en los meses pasado- y en un intento de reducir las posibilidades de inquietante desarrollo militar o de seguridad de Pekín sobre la base de tecnología occidental.
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